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Lo que importa es comenzar las cosas en el momento oportuno, no correr luego para terminarlas. Esto es lo que les paso a la tortuga a la liebre de nuestro cuento:
Una mañana, la tortuga le dijo a la liebre:
-¿Quieres que hagamos una apuesta?
-Como quieras, ¿de qué se trata? -repuso la liebre.
-Mira, podríamos hacer una carrera. ¿A que tú no eres capaz de llegar antes que yo a aquel árbol?
Y al decir esto señalaba una encina que estaba a unos doscientos metros. La liebre miró incrédula a su amiga la tortuga.
-¿Pero te has vuelto loca? ¿No ves que en el tiempo que tú das dos pasos yo he ido y he vuelto?
-No importa; mantengo la apuesta.
La liebre dijo entonces:
-De acuerdo. Como quieras.
Se buscó un juez, que se puso en el tronco del árbol a donde tenían que llegar. Muchos animales del bosque acudieron a presenciar la extraña carrera y todos seguros de que sería la liebre la ganadora.
La liebre no tenía que dar más que cuatro pasos, en cambio, la tortuga debería de dar cientos antes de llegar a la encina.
Lo cierto es que el juez dio la salida y la tortuga, sin hacérselo repetir, comenzó a caminar pausadamente, aunque no muy segura de su éxito.
Y como la liebre tenía tiempo de comer, de dormir y hasta de cantar, esperó que la tortuga comenzase la primera, pues consideraba una cuestión de honor dejar que la tortuga fuera delante y darle cierto margen de ventaja.
La liebre mordisqueó la hierba, se sentó a descansar y en el momento en que vio que su compañera llegaba casi a la meta, partió hacia el árbol como una flecha.
Pero demasiado tarde, pues la tortuga estiró su largo cuello y tocó el tronco antes que la liebre, con lo cual ganaría la carrera.
Se volvió entonces para mirar a la liebre, que estaba sorprendida, y le dijo:
- ¿Ves? ¡Te he ganado la apuesta! ¿De qué te sirve tu velocidad? Yo te he vencido, y eso que voy con la casa a cuestas.
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