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Érase un ruiseñor que lanzaba sus magníficos cantos desde el ramaje de un árbol. El Gavilán que estaba hambriento, acertó a oírle y, con la mayor presteza voló hasta él y le echó las garras. El pajarillo, sin acobardarse, pensó que podría salvarse valiéndose de la astucia. Así que dijo: - Buen Gavilán, amigo... ¿Qué provecho vas a sacar de mi pobre carne? Si tu hambre es mucha emplea tus bríos en presa de mayor tamaño. Conmigo te quedarías todavía más hambriento. A lo que el Gavilán respondió sonriente: - ¿Es que me supones tonto? Fresco estaría si abandonando la presa que tengo entre mis uñas persiguiera la que no sé si ha de presentarse. Y añadió, cuando se disponía a engullírselo: - ¿Nunca has oído decir que más vale pájaro en mano que ciento volando?
Hesiodo |